Este será mi último artículo de este año raro y difícil, pero puedo dar gracias, debo dar gracias, tengo que dar gracias, porque Dios es bueno. Su diestra nos ha sostenido como familia. Su provisión ha estado allí, cada día. Nos ha regalado salud, no la damos por sentado. Este año el Señor nos ha hecho ver que no necesitamos todo lo que creemos que necesitamos y que tenemos más que suficiente, solo por su bondad.
En medio de tantos desafíos, pude seguir haciendo esto que tanto me gusta, gracias a la tecnología que Él nos ha provisto. Y también pude comenzar a estudiar teología, un sueño guardado desde hacía muchas puestas de sol. El primer libro que escribí, hace cinco años, se publicó nuevamente en el año impredecible, 2020. ¡Y ya fue a reimpresión porque se agotaron las copias! En los meses más arduos de la pandemia terminé de escribir mi quinto libro, Dios mediante saldrá a la luz en febrero de 2021. También firmé contrato para escribir dos más. Dios es demasiado bueno.
En 2020 el Señor me ha dado lecciones que no quiero olvidar, su plan siempre es mejor aunque no sea como yo lo hubiera querido. Los planes deshechos son una manera más de reconocer quién está el frente de este barco al que llamamos vida bajo el sol.
Parece un tanto irreal, pero llegamos al final del año que ninguno de nosotros hubiese podido imaginar. Cuando despedíamos a 2019 no pasó por nuestra mente que viviríamos la primera pandemia del siglo 21, que tendríamos que usar mascarillas para entrar a una tienda, que la comunidad médica se enfrentaría a una enfermedad que no sabían cómo atacar, que los aviones quedarían estacionados en tierra, las fronteras cerradas, los funerales serían solitarios, las graduaciones virtuales, las bodas sin invitados y el dolor demasiado profundo como para ponerlo en palabras. Un año muy diferente a lo que hasta entonces habíamos vivido y conocido. Todo cambiaría en un abrir y cerrar de ojos… o casi todo.
Hubo algo, o mejor dicho alguien, que no cambió en 2020 y ese fue nuestro Dios. Él sigue siendo el mismo, porque es inmutable, nada en Él cambia. Su misericordia no cambió, siguió siendo nueva cada mañana. Su justicia no cambió, y un día pondrá a todos y todo en su lugar correspondiente. Su gracia no cambió, sigue sosteniendo a los suyos con la dosis suficiente para cada momento y situación. Su plan redentor sigue en marcha. Su perdón sigue cubriendo multitud de pecados por el sacrificio de Cristo. Nada de esto cambió en 2020, ni cambiará, y por eso, ¡alabado sea nuestro Señor para siempre!
Me despido de 2020 con una mezcla de emociones, pero tan agradecida por la mayor de las bendiciones, Cristo. Él ha sido el ancla de mi vida en 2020, en las altas y bajas, en los días de lluvia y los de sol, en la seguridad y en la incertidumbre. Su Palabra ha sido y es el pan que ha saciado el hambre más profunda. Es también la esperanza al entrar a 2021, sin saber en realidad qué nos aguarda, viviendo uno de los momentos más críticos en la historia de nuestra nación y mirando un mundo que cada vez más se aleja de su Creador.
Mi querida lectora, no puedo imaginar cuál ha sido tu porción de dolor en este año difícil, pero mi oración es que, sea lo que sea, puedas ver a Cristo y tus ojos se fijen solo en Él. Nada más es seguro, ni eterno. ¡Solo Cristo!
Este pasaje ha sido un bálsamo para mi alma en 2020 y me parece perfecto para cerrar el año:
Pero yo en Tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en Tu salvación. (Salmos 13:5)
Bendiciones, Dios mediante, ¡nos vemos en 2021!
Wendy
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