La belleza del lugar es difícil de describir. Sin dudas se le puso atención a cada detalle, desde el más ínfimo hasta el más importante. Los diseñadores de este parque de diversiones sin dudas se tomaron el tiempo de reproducir a tamaño real lo que nuestros ojos pueden contemplar en una pantalla al ver la película. Película que yo no terminé de ver, porque el género no es de mis favoritos. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que esta atracción sobrepasa cualquier expectativa que pudiéramos tener. Los colores, la combinación de plantas naturales con las artificiales, las cascadas y ríos, los sonidos de animales desconocidos, todo en representación de un mundo imaginario, dejan a los visitantes sin palabras. Y todo esto es solamente anticipando la verdadera atracción, un viaje virtual al mundo de Pandora.
Cuando terminamos el recorrido, que apenas dura 4 minutos, no nos alcanzaban los adjetivos para describir la belleza, la casi perfección de lo que habíamos experimentado. En mi caso, no era la primera vez y, sin embargo, seguía teniendo ese mismo impacto.
Al terminar, mientras caminábamos todavía admiradas por la experiencia, un pensamiento cruzó mi mente y se convirtió en comentario: «Si esto es algo creado por la mente humana, que es limitada, ¿se imaginan cómo será lo que el Señor está preparando para nosotros en la nueva creación?»
El mundo que el Señor creó es hermoso, no hay dudas de eso, pero ya dista mucho de aquella primera creación donde todo era perfecto. Ahora vivimos en un mundo manchado por el pecado, un mundo enfermo, decadente, sujeto a la muerte. Ya no es eterno. Esto que ahora conocemos y a lo que tanto nos aferramos, va a terminar. Y dará paso a lo que muchos teólogos llaman la Nueva Creación y que la Escritura nos describe de esta manera:
Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe […] El que está sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas». (Ap. 21:1,5)
Este es el asunto, vivimos tan enfocados en lo que nuestros ojos pueden ver, tan fascinados ante lo palpable y comprensible que nos acostumbramos… y vivimos sin asombro, sin anticipación. Aunque en teoría lo creemos, y lo decimos, el corazón lo olvida demasiado a menudo. Por eso necesitamos recordar esta verdad que es parte de lo que celebramos en Adviento: ¡la anticipación! Anticipar que Cristo vendrá otra vez, y habitaremos con Él en esa nueva creación. Anticipar la vida que recibiremos por Su muerte. Anticipar lo que Él fue a preparar.
No tengo dudas de que 2020 ha servido como recordatorio de que somos débiles, enfermamos, morimos, perdemos lo que atesoramos, la vida cambia, los sueños se deshacen, los planes se destruyen, la gente sufre. Sin embargo, esto en cierto modo ha sido bueno. ¿Cómo? Porque nos fuerza a anhelar lo que solo tendremos cuando el Señor haga nuevas todas las cosas. Nos hace percatarnos de que nuestros afectos se han ido tras lo temporal y han perdido el anhelo y el asombro ante lo eterno.
Necesitamos recordar esta verdad que es parte de lo que celebramos en Adviento: ¡la anticipación! Anticipar que Cristo vendrá otra vez, y habitaremos con Él en esa nueva creación.
Sí, en nuestro mundo hay muchas maravillas que nos admiran, pero no podemos compararlas con lo que nos aguarda. Apocalipsis 21 nos da una descripción que por mucho que tratemos, no podemos ni imaginar. El día que por fin lo contemplemos, nuestro asombro será cual ningún otro.
Anticipamos muchas cosas de este lado de la eternidad. Anticipamos vacaciones, planes cumplidos, relaciones restauradas, salud recuperada; pero, si te percatas, todo esto tiene fecha de expiración. Anhelamos el amanecer luego de una noche oscura. Pero el día y su luz también tienen límites. Sin embargo, el Señor nos recuerda que, en la nueva creación, no habrá noche, no habrá llanto, no habrá dolor, no habrá enfermedad. Todo será hermoso, ¡y eterno! Lo que hoy conocemos habrá pasado. Ni siquiera habrá un templo, porque el Señor mismo será ese templo.
Mi querida lectora, ¿qué estamos anhelando en esta Navidad, qué anticipamos con toda emoción? ¿Y cada día? Oremos para que el Señor nos revele los verdaderos anhelos de nuestro corazón, que cambie nuestros deseos efímeros por aquello que es para siempre, que nos lleve a anhelar cada vez más la nueva creación porque eso es anhelar a Cristo mismo.
Bendiciones,
Wendy
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