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Foto del escritorWendy Bello

El lado hermoso de nuestros fracasos

Incluso si no has leído toda la Biblia, es muy posible que conozcas la historia de Pedro y su traición a Jesús, cuando cantó el gallo.





Durante la también conocida última cena, Jesús dijo lo siguiente:


«Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos» (Lucas 22:31-32).

Esa misma noche antes de que el gallo cantara, aquel hombre, el discípulo más atrevido y dispuesto de todos, traicionó a su amado Señor al negar que lo conocía. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, el relato de Lucas nos dice que «lloró amargamente» (v.62).

Sin embargo, lo grande de esta historia es que no es como los tabloides de la actualidad. No se queda solamente en la traición de Pedro, en su fracaso. Aquello que parecía el final del intrépido pescador, más bien fue su comienzo. Él no lo sabía, pero en poco tiempo su vida sufriría un cambio radical.


Hay algo que no podemos pasar por alto, en la advertencia de Jesús. Jesús le anuncia que Satanás le había pedido para zarandearle. ¿Te das cuenta? Muy a menudo escuchamos mensajes que afirman prácticamente que Satanás tiene un poder absoluto, cuando en realidad la Escritura nos enseña que, como criatura (ser creado), está también sujeto al Creador… ¡y por eso tuvo que pedir permiso para zarandear a Pedro!


Amiga lectora, nada sucede en nuestras vidas que primero no esté determinado por nuestro Dios. Eso es su soberanía. ¡Incluso situaciones como la que vivió Pedro o lo que sufrió Job! Esa verdad nos da consuelo y esperanza. Dios es quien da la primera y la última palabra. Nadie más.


Amiga lectora, nada sucede en nuestras vidas que primero no esté determinado por nuestro Dios. Eso es su soberanía. Esa verdad nos da consuelo y esperanza. Dios es quien da la primera y la última palabra.

Regresando a Pedro. Aquel momento fue amargo. Aquel momento fue una caída, dolorosa. ¿Alguna vez has deseado no haber vivido alguna experiencia? ¿Poder regresar y empezar de nuevo? ¿Borrar días del calendario de tu vida? Yo sí. Y no pocos, por cierto; pero no es posible, por mucho que lo intentemos.


Si de Pedro hubiera dependido, hubiera quedado tirado en el pozo de la amargura y el remordimiento. Sin embargo, en las palabras del Señor se esconde una garantía. Quizá en medio de su dolor, Pedro no lo recordó, pero ahí está. El Señor le dijo: «pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle». Cristo sabía que Pedro regresaría, que su fe sería restaurada. No por nada que Pedro mismo hiciera, sino porque Él había orado por Él. Él intercedía por Pedro. ¡Por amor de Su nombre, sería restaurado!


Eso es glorioso. ¿Sabes por qué? Porque no es exclusivo de Pedro, nos incluye a ti y a mí también. Mira lo que nos dice la Escritura: «¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros» (Romanos 8:34). Satanás puede pedir zarandearnos, pero no nos puede condenar. ¡Y Cristo intercede a nuestro favor!


Satanás puede pedir zarandearnos, pero no nos puede condenar. ¡Y Cristo intercede a nuestro favor!

Pero, además, esa noche el Señor le dio a Pedro un atisbo de cómo cambiaría su vida: «y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos». Dicho de otra manera: Pedro, serás zarandeado, vas a caer; pero regresarás de ese lugar de dolor y yo te usaré para fortalecer a otros; para que les hables de mí; del pecado y el perdón, de la misericordia y la gracia.


Aquella noche, aunque Pedro lloró con amargura, sin saberlo estaba muy cerca de ser cambiado para siempre por la gracia.


Sin dudas hay experiencias de las que no nos sentimos orgullosas y preferiríamos que no estuvieran ahí. Les llamamos fracasos. La realidad es que el Señor las usa para transformarnos, porque en Su economía todo tiene un fin: hacernos más como Cristo. Y en el camino, nos permite fortalecer a otros. No por nuestro mérito, sino porque podemos hablarles de la consolación que encontramos en Cristo, de su perdón, de cómo nos cambió, cómo hizo de nuestras vidas rotas un vaso nuevo. ¡Qué maravillosa es la gracia inmerecida e indescriptible que Dios nos ha regalado en Cristo que hasta estos llamados fracasos resultan, al final, algo hermoso!


Bendiciones,


Wendy


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