Este domingo en varios países celebraremos el Día de las Madres. La maternidad tiene muchos lados hermosos; sin embargo, a veces como mamás batallamos con un poco de frustración y hasta desánimo. Por eso quiero compartir contigo este artículo y es mi oración que traiga esperanza a tu corazón.
Sucedió hace años, cuando mi hija, ya una estudiante universitaria, era una niña pequeña. Fue una de «esas» mañanas. El propósito era bueno y hermoso, leer juntas la Palabra antes de que ella se fuera a la escuela. Pero vinieron las preguntas, y busqué otra Biblia, una que tuviera notas, para poder explicarle mejor. Y las preguntas siguieron y siguieron, la paciencia se fue agotando y, sin darme cuenta… ¡ya no quería leer! Estaba frustrada.
El reloj avanzaba, llegó la hora de salir y ella se fue a la escuela. Yo me quedé, con la casa en silencio, pensando en todo lo que había sucedido. Y esa voz suave, casi imperceptible, comenzó a "hablar" a mi corazón. No debías desesperarte. Todos tienen preguntas. Tú también.» De alguna manera el Señor trajo ese diálogo a mi mente. Porque lo cierto es que esa es parte de la función del Espíritu Santo, mostrarnos nuestro propio pecado.
Tomé la taza de café y me senté a leer. Estaba estudiando el primer libro de Samuel. Aquel día,Ω palabras del anciano profeta saltaron a mi vista como si fuera la primera vez que las leía. Hablaron a mi corazón de madre:
«Y en cuanto a mí, lejos esté de mí que peque contra el Señor cesando de orar por ustedes, antes bien, les instruiré en el camino bueno y recto. Solamente teman al Señor y sírvanle en verdad con todo su corazón; pues han visto cuán grandes cosas ha hecho por ustedes.» (1 Samuel 12:23-24)
En el contexto, estas palabras fueron dichas al pueblo de Israel. Una vez más habían hecho lo malo ante los ojos de Dios y el profeta «les estaba jalando las orejas». Este escenario se repetía a menudo. Samuel tenía motivos más que suficientes para tirar la toalla y abandonarlos. ¡Pero no lo hizo! Tenía una tarea y la completaría hasta el final, seguiría instruyendo al pueblo y orando por ellos sin importar cuán frustrado pudiera sentirse porque entendía que ese era el rol al que Dios lo había llamado.
Al leer las palabras de Samuel el Espíritu Santo me recordó que tengo que seguir enseñando a mis hijos lo que es bueno y correcto, lo que Dios dice y quién es. ¡Estaría pecando si no lo hiciera, si dejara de orar por ellos o de instruirlos! Ser madre es una tarea de esas en las que la perseverancia es vita, incluso cuando nos parece que es en vano.
Cuando Dios me asignó la tarea de ser mamá y criar hijos lo hizo, como todo lo demás, para Su propia gloria y propósitos. Mi parte es ser fiel y reconocer que necesito de Él. Es también recordar que ser mamá es una manera de servirle, es una manera de mostrar a Cristo. ¡Y también de que Cristo sea modelado en mí!
Ser mamá requiere que, como mismo les dijo Samuel a los israelitas, yo recuerde todas las cosas maravillosas que el Señor ha hecho por mí, a pesar de las tantas veces en que mi actitud, mis preguntas, mis imperfecciones pudieran cansar a Dios. ¡Pero no ha sido así! Dios no tira la toalla, no se cansa de nosotros. ¡Nos persigue y nos transforma porque nos ama y porque Él es fiel a Su pacto!
Sí, esa mañana me quedé un poco desanimada, pero ya no con mi hija, sino conmigo misma. Tal vez tú estás hoy así, o lo estuviste ayer, o te tocará mañana. ¡Qué alivio es saber que contamos con la gracia de Dios! Es para esos momentos de debilidad también. ¿Recuerdas las palabras que recibió el apóstol Pablo en uno de sus momentos de frustración?
«Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).
La maternidad, con sus muchos retos y desafíos, es una oportunidad para crecer en dependencia de la gracia de Dios. No se requiere perfección de nuestra parte, ¡es imposible! Se requiere fidelidad, perseverancia, humildad, reconocer que Cristo y su gracia son suficientes, incluso en nuestros momentos de frustración y batallas perdidas.
Aprendamos esta lección que encontramos en la Palabra de Dios, tenemos que seguir con las manos en el arado y servir fielmente, sin cansarnos, porque somos una obra en progreso. Y nuestros hijos también. Sin duda, aquel día no fue de los mejores. Y he tenido muchos otros; pero mi esperanza no está en mis triunfos y desempeños, ni como mamá ni en ningún otro rol. Tengo la esperanza puesta en Cristo, Él es el perfecto.
La maternidad, con sus muchos retos y desafíos, es una oportunidad para crecer en dependencia de la gracia de Dios.
En la maternidad, como en todo lo demás, nuestra parte es perseverar y dejar en manos de Dios los resultados. Al final, la salvación viene de Él. Podemos descansar en esa verdad.
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Gracias por leer y compartir,
Wendy
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