No me gusta mucho la idea de esperar, no obstante, con los años he entendido que hay belleza, hay un tesoro en la espera.
Te cuento una historia. Había una planta de gardenia en mi jardín. Al comienzo floreció, tuvo dos o tres flores. Sin embargo, después de eso, ninguna más.
Un día descubrí que unos insectos blancos decidieron mudarse a mi gardenia. Las hojas estaban llenas de estos huéspedes a quienes nadie había invitado. Como no soy experta en la materia, le pregunté al amigo Google qué hacer y allí aprendí que tenía que usar cierto líquido durante toda una semana para deshacernos de la plaga.
Así lo hice. Pacientemente cada día en la tarde rociaba toda la planta con esta «medicina» hasta que por fin los puntitos blancos con patitas desaparecieron. ¡Qué alivio! Sin embargo, notaba que la planta no estaba creciendo lo suficiente. Nuevamente busqué información y
supe que necesitaba más sol. Por lo tanto, la cambié de lugar.
Verás, esta gardenia era especial porque mi abuela, quien ya está con el Señor, me pidió que la comprara y la tuviera en mi jardín, fue un regalo de ella.
Un día al llegar a la casa y noté que la gardenia tenía algo diferente. Cuando me acerqué descubrí pequeños botones dispersos por toda la planta. ¡Estaba preparándose para florecer! Así que comencé a revisarla a diario. Anhelaba ver la primera flor, pero tenía que esperar.
Para que algo florezca tiene que pasar un proceso de espera.
Esta planta me hizo recordar que todo lo hermoso toma tiempo, cuidado, a veces tenemos que movernos de un lugar a otro, en otras ocasiones necesitamos «medicinas» que curen las plagas que nos llegan. Sobre todo, me recordó que para que algo florezca tiene que pasar un proceso de espera.
Me gusta el libro de Eclesiastés, es poético, práctico y hasta un tanto filosófico. Allí se nos dice:
«…Todo lo hizo [Dios] hermoso en su tiempo» (Eclesiastés 3:11).
Al igual que sucede con mi planta de gardenia, sucede con la vida. Dios tiene un tiempo señalado para todo, y lo ha hecho todo hermoso, para el momento apropiado (NTV). He recibido muchas lecciones en la escuela de la paciencia, varias veces he fallado el examen. Pero una verdad he podido aprender: después de la espera viene lo hermoso. Lo que sucede es que en nuestro reloj humano no siempre llega tan rápido como quisiéramos.
Por mucho que yo contemplara los botones de mi planta de gardenia, no van a abrirse más rápido. Igual sucede con todo lo demás en la vida. No importa cuánto lo deseemos, cuánto tratemos de apurar las cosas… Dios lo ha hecho todo hermoso, en su tiempo.
Cuando leemos el relato bíblico de Abraham y Sara, por ejemplo, puede que no nos percatemos del tiempo. Pero Dios, aparentemente, se demoraba en cumplir su promesa. ¿Por qué? Nunca sabremos el motivo exacto, pero hay una frase que aparece varias veces en la Biblia que nos da la respuesta general: «Cuando se cumplió el tiempo». Las promesas de Dios se cumplen solamente cuando se cumple el tiempo, Su tiempo.
El apóstol Pablo, al referirse a Abraham lo llama «padre de los que creen» (Romanos 4:11). Y es que esta familia, con apuros, malas decisiones, y todo lo demás, nos presenta la primera referencia a la fe en las promesas de Dios:
«Y creyó [Abram] a Jehová, y le fue contado por justicia» (Génesis 15:6).
Las promesas de Dios se cumplen solamente cuando se cumple el tiempo, Su tiempo.
La fe se prueba y fortalece en los bancos de la paciencia. Como te dije, soy del grupo de las que prefieren no esperar; pero he descubierto el tesoro de la espera. Y te lo voy a revelar: en las esperas de la vida nos encontramos con Dios. Es en esos momentos cuando descubrimos que el único lugar seguro, el único refugio, es la presencia de Dios. Y por eso podemos darle gracias. Él nos ha prometido Su presencia, siempre, incluso en los tiempos de espera. Y ha dado esperanza para los que en Él esperan:
Esperé pacientemente al Señor,
Y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. (Salmos 40:1)
Oh Israel, espera en el Señor, Porque en el Señor hay misericordia, Y en Él hay abundante redención. (Salmos 130:7)
Bueno es el Señor para los que en Él esperan, Para el alma que lo busca. (Lamentaciones 3:21)
En las esperas que he vivido, y las que sigo viviendo, me he abrazado a Él con fuerza. Y cuando pienso en mi gardenia y sus botones recuerdo que, así como esa planta poco a poco produjo algo lindo, Dios también está haciendo que todo llegue a ser hermoso, en Su tiempo. Aunque no siempre el final de nuestras esperas es el que quisiéramos, Dios nos dice que hará que todo obre para el bien de sus hijos (Romanos 8:28), y yo lo creo. Puedo agradecerle por lo que esa espera está obrando en mí. La espera nos transforma.
(Parte de este artículo fue tomada del libro "Decisiones que transforman")
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Bendiciones,
Wendy
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