En las culturas antiguas, particularmente en las orientales, la hospitalidad era vista como un deber. Es por eso que en la Biblia encontramos tantos ejemplos de personas que, al llegar visitantes que ni siquiera conocían, se esforzaban tanto en ofrecerles lo mejor: abrigo, comida, un lugar seguro donde pasar la noche. En la vida nómada que los caracterizaba, los lugares para hospedaje público eran poco comunes. Los viajeros dependían mucho de la bondad de las personas.
De seguro recuerdas a Rahab, quien fue librada de la destrucción en Jericó porque hospedó a los espías. La falta de hospitalidad también era condenada, como leemos en el caso de Sodoma cuando la gente del pueblo no quiso mostrar hospitalidad a los visitantes sino todo lo contrario (Gn 19).
En la iglesia primitiva la hospitalidad era vital porque los misioneros dependían de los cristianos en las ciudades que visitaban para hospedarse y así compartir el Evangelio. A nosotros, los creyentes, se nos manda que practiquemos la hospitalidad:
"...contribuyendo para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad" (Rom 12:13)
"No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles" (Heb 13:2).
"Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones" (1 P 4:9)
El concepto bíblico de hospitalidad implica que tratemos a nuestros huéspedes en nuestro hogar como si fueran invitados de honor. Sin embargo, nos cuesta. Nos cuesta muchas veces abrir nuestra casa, por razones distintas: no luce como una de Pinterest, no está acabada de limpiar, hay juguetes fuera de lugar, no preparo una cena tipo chef o ni siquiera me gusta cocinar, etc. Creemos que hospitalidad es sinónimo de una casa de revistas, con todo perfecto. Te entiendo si te sucede, ¡yo he estado ahí también! Pero esa no es la idea bíblica sobre la hospitalidad. La idea bíblica es que nuestro hogar pueda ser un refugio, un lugar de bienvenida, particularmente para los de la familia de la fe. No es cuestión de impresionar a otros. Y con esto no quiero decir que descuidemos nuestras casas o que no procuremos preparar una rica comida. Lo que quiero decir es que seamos hospitalarios no gente que pone su identidad en la casa que tiene o la cena que preparara.
Practicar la hospitalidad es fomentar la comunión entre creyentes porque podemos compartir la vida con nuestra familia de la fe, podemos invertir el tiempo y recursos —que Dios nos ha dado— en otros, podemos modelar la vida cristiana a nuevos creyentes, podemos enseñar a mujeres más jóvenes cómo ser esposas y madres… ¡la hospitalidad nos brinda tantas oportunidades de mostrar a Cristo!
La idea bíblica es que nuestro hogar pueda ser un refugio, un lugar de bienvenida, particularmente para los de la familia de la fe. No es cuestión de impresionar a otros.
En el pasaje de Pedro nos dice no solo que practiquemos la hospitalidad unos para con otros sino que lo hagamos sin murmuraciones. ¿Por qué crees que lo dijo? Porque Pedro eran humano y pecador como tú y yo, y sabía cómo es nuestro corazón. Es muy cierto que podemos abrir nuestra casa pero hacerlo de mala gana, murmurando, quejándonos… ¡por eso la advertencia que nos hace el Señor a través de Pedro!
Crecí en un hogar donde era común recibir visitas. Muchas veces, cuando se acercaba la hora del almuerzo, mi abuela me decía: “Wendy, asómate al pasillo y dime cuántas personas hay en la sala porque seguro las tendremos para almorzar”. Recibíamos muchas visitas porque teníamos un pastor-evangelista en casa, de ahí que tantas veces hubiera más comensales.
Esto era en una época en la que las familias de mi país vivían con tarjeta de racionamiento, los alimentos escaseaban y las mujeres casi tenían que hacer magia en la cocina. Esto, lamentablemente, no ha cambiado mucho desde entonces. Pero para mis abuelos compartir lo que tuvieran con otros era una parte normal de la vida. Y la verdad es que nunca los vi quejarse. Al contrario, lo hacían con alegría y sin importar cuán bueno estuviera el menú. Los vi practicar la comunión en el lugar más íntimo, su hogar.
La hospitalidad es una manera de modelar el Evangelio porque Cristo nos ha hecho invitados en su mesa. Nos ha hecho parte de la familia y nosotros podemos hacerlo con otros también. Un día estaremos disfrutando del mejor de los banquetes, en la presencia de Dios, para siempre. Lo leemos en Apocalipsis. Ahora tenemos la oportunidad de invitar a otros a nuestra mesa y que esa sea una manera más de compartir lo mejor que tenemos: el Evangelio.
¡Gracias por leer y compartir!
Wendy