Tito, el receptor de una de las cartas de Pablo, era pastor en la isla de Creta. Los cretenses eran famosos por su adicción al vino. Así que no es de extrañar que en dicha carta aparezca esta advertencia:
Pero en cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina. [...] Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. (Tito 2:1, 3)
Lo interesante es que el mensaje de las Escrituras, escrito en el primer siglo, sigue teniendo vigencia hoy porque el problema es igual de común en nuestra época. No sé en el lugar donde vives pero aquí en Estados Unidos muchos viernes las personas salen del trabajo para lo que se conoce como el «happy hour». Esos bares y restaurante incluso ya tienen días destinados especialmente para las mujeres. Les llaman «ladies night out» y de muchas otras maneras. Ahora bien, quizá tú pienses «esto no aplica a mí, porque no soy dada al vino, no me gusta, no tomo ni vino ni nada». ¡Pero hay muchas otras cosas que pueden esclavizarnos!
La palabra esclavas que encontramos en el pasaje es doulos y quiere decir «ser retenido y controlado contra la voluntad propia». Muchas personas acuden al vino, o a cualquier otra bebida, como vía de escape, como una manera de relax, y resulta que terminan atrapadas. Se convierte en una prisión. Sin embargo, tal vez tu vía de escape, los excesos que te tienen presa, son otros.
Por ejemplo: la comida, no puedes parar de comer ni de pensar en la comida. Hubo una investigación hecha entre mujeres que asisten a la iglesia y el resultado fue que una de cada 4 tiene una relación abusiva con los alimentos. Otro ejemplo son las compras. En algunos lugares usan la frase «compra hasta el cansancio». Quizá no lo habías pensado hasta hoy, pero tal vez eres esclava del mall o centro comercial. Tu tiempo extra, tu dinero, los entregas en el altar del consumismo. Excesos. O quizá es Netflix. Tu alma tiene una alta dieta de programas de Netflix, al punto que no puedes concebir tu día sin una dosis de ellos. El sexo. Antes pensábamos que esto era un problema solo de hombres, pero ya no. Hay tantas mujeres adictas a la pornografía como los hombres. Mujeres que tienen actividad sexual ilícita, que practican la infidelidad, y muchas otras cosas. Y podríamos mencionar muchas otras fuentes de excesos. ¿Sabes cuál es el problema con todo esto? Que, como todo pecado, promete mucho, parece atractivo pero el final es muerte. Cuerpos enfermos, mentes contaminadas, relaciones destruidas, vidas dañadas.
El pecado promete, parece atractivo, pero su final es muerte y esclavitud.
En esta misma carta el apóstol Pablo nos dice que en otro tiempo nosotros éramos «esclavos de deleites y placeres diversos», (3:3), pero cuando se manifestó la bondad de Dios, Él nos salvó. Y Romanos 6:6 dice: «sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con El, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado». No tenemos que ser esclavas de ningún exceso, de ningún pecado, porque Cristo nos hizo libres. El triunfo de Cristo sobre el pecado hace posible que ahora nosotros podamos decir no al pecado, a los excesos que quieren esclavizarnos, y decir sí a la obediencia a nuestro Dios. Por su puesto, esto va a requerir también que realicemos cambios en nuestros hábitos, que ejerzamos dominio propio, prudencia. Pero ¡qué bueno que no es en nuestras propias fuerzas sino en las de Aquel que fue tentado en todo pero sin pecado!
En algunas situaciones se requerirá la intervención de otros, la consejería, alguien a quien rendir cuentas. ¡Busca la ayuda! No dejes que la vergüenza te aísle. Creo que esta frase de Rebekah Hannah, una consejera bíblica lo dice muy bien: «Cuando nos aislamos, valoramos el orgullo que protege nuestra vergüenza por encima de la santidad que permite nuestra humildad.» Cristo también murió para hacernos libres de la esclavitud del orgullo y las falsas apariencias. El pecado florece en la oscuridad y languidece en la luz. Cristo vino para liberar a los cautivos, para vencer las tinieblas. ¡Podemos vivir en esa libertad!
Gracias por leer y compartir,
Wendy
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