top of page
Buscar
Foto del escritorWendy Bello

¡Me cuesta leer la Biblia!

Estoy convencida de que en mi familia hay algún gen que codifica que no nos guste la leche. A mi mamá no le gusta, mi abuela me contó que un día la descubrió echando la leche por el tragante del agua. Para mí ha sido siempre como una medicina, tomarla de una vez y sin parar. Y en el caso de mis hijos es medio parecido.



Cuando mi hija era bebé tomaba mucha leche, pero en cuanto dejó el biberón, perdió su interés en ella. Con el varón ni con biberón ni sin biberón. La leche nunca figuró entre sus alimentos predilectos, excepto una a la que él llamaba «la leche de los ositos», no porque fuera de osa sino por el dibujo en el envase.😁 En realidad era una fórmula reforzada con vitaminas y minerales. No obstante, en los últimos tiempos eso ha cambiado un poco. A veces me sorprendo cuando lo encuentro en la cocina preparándose un vaso de leche con chocolate. ¡Quién lo diría! 


Todo esto vino a mi mente un día mientras leía un pasaje de la primera carta de Pedro que dice así:


«…desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis probado la benignidad del Señor» (1 Pedro 2:2-3).

La palabra de la que habla el pasaje es la Palabra de Dios, y al leerlo pensé en algo que deseo todas las mañanas y no es la leche, sino el café.


Cada día cuando me levanto casi que por inercia llego a la cocina, directo a la cafetera y preparo mi taza de café. Hace ya unos meses que lo tomo solo, sin crema. Es na rutina que ansío y repito diariamente. Cuando me falta, ¡lo extraño! Sí, ya sé... ¡es por la cafeína!


Pero eso me llevó a pensar más allá. ¿Cómo cambiarían nuestras vidas si cada mañana nos levantáramos con esas mismas ansias por la «leche pura de la palabra»? Hay días en los que resulta muy fácil, ¿no es cierto? Nos levantamos dispuestas a pasar un tiempo a solas leyendo la Palabra. En otros días no es igual. Incluso hay otros en que sí estamos dispuestas, pero en el momento en que nos sentamos a leer la Biblia, algo sucede: suena el teléfono, un niño nos llama, recordamos algo «muy importante» que tenemos que hacer, aparece una notificación en el celular, etc. Y ahí quedó.


La lectura de la Biblia siempre tiene competencia. Por una parte, nuestros corazones en su lucha con el pecado pueden creer que no es necesario, que podemos navegar la vida con nuestra propia sabiduría. Por otra parte, el enemigo de nuestras almas sabe que mientras más conozcamos de la Palabra, mejor conoceremos a Dios y más difícil le resultará engañarnos o distraernos. No por gusto la propia Biblia dice que la Palabra de Dios es como una espada. Es un arma a nuestro favor.


La lectura es una de las cosas que más disfruto, pero por mucho tiempo en mi vida luché para leer la Palabra de Dios. No había entendido que, así como no puedo vivir sin aire, no puedo caminar con Cristo sin Su Palabra. ¡Me costaba mucho! Te confieso que, luego de probar un montón de estrategias humanas diferentes, solo una me ha dado resultado para «ansiar la leche pura de la palabra». ¿Cuál? Pedírselo a Dios mismo. Gracias al Señor que me lo hizo ver y entonces comencé a orar; le pedí que me diera el deseo genuino de leerla, de amarla; que cada vez que la tomara en mis manos mis ojos fueran abiertos a sus maravillas, tal y como nos dice el salmista:


«Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley» (Salmo 119:18).

El Señor respondió a la petición de alguien que por años había visto la lectura de la Biblia solo como una casilla que marcar en una lista de pendientes. Pero no quiero que te lleves la idea equivocada. Todavía tengo días en que no he leído nada porque las horas se fueron y el tiempo se me escapó entre diferentes tareas y responsabilidades. Y otros en los que no tengo deseos. Claro, ¡es en esos días cuando más lo necesito! Lo cierto es que la lectura de la Biblia es una disciplina espiritual, implica intencionalidad, la constancia del día a día, con o sin deseos. Lo mismo que hacen los atletas cuando entrenan, por ejemplo.


Sí, todavía lucho con las interrupciones y todavía hay momentos en los que ansío más mi taza de café…pero Dios es bueno, y con mucha paciencia enfoca mi corazón en lo que realmente satisface mi alma y, como dice el versículo que mencioné al principio, aquello que me hace crecer para salvación.


Te propongo un desafío si tienes esa misma lucha. Ora. Pídele al Señor que ponga en ti las ansias por su Palabra. Pídeselo cada día. Y haz tu parte, abre tu Biblia y deja que el Espíritu de Dios, quien la inspiró, transforme tu corazón con esta Palabra que es viva y eficaz. ¡Nunca te arrepentirás de esa decisión!

Comments


bottom of page