Hay ciertos artículos que cuesta escribir, y este será uno de esos. Un tema que hace un par de décadas ni siquiera hubiera cruzado la mente de la mayoría. Sin embargo, ahora, en 2021, no podemos seguir evadiéndolo.
El tema de la pornografía ya no es exclusivo del mundo no cristiano, es sabido que tanto fuera como dentro de la iglesia este pecado se ha propagado como plaga… y, honestamente, una plaga peor que la del coronavirus, porque esta enferma el alma. Pero la razón por la que traigo el tema hoy es porque hace unos años la pornografía era un mal casi exclusivo del sexo masculino. No así en nuestra realidad. En la cultura actual tanto hombres como mujeres luchan con ella. Y, antes de que termines de leer aquí, pensando que no te afecta, te pido que sigas leyendo. Nuestras hijas, sobrinas, nietas, amigas, hermanas de la iglesia pudieran estar sumergidas en esta batalla, sin atreverse a decirlo. O quizá eres tú misma, y no sabes qué hacer.
Mi especialidad no es la consejería, de modo que este artículo no pretende serlo. No soy experta tampoco en el tema. Estas palabras serán solo un llamado de alerta y una invitación a buscar ayuda si sabes que la necesitas.
Debemos partir sentando una verdad: la pornografía es un pecado. Es un problema del corazón. Como todo pecado, requiere confesión y arrepentimiento. Y, como todo pecado, no está fuera del alcance de la gracia de Dios. Recuerda, la luz de Cristo es más poderosa que las tinieblas de cualquier pecado.
La luz de Cristo es más poderosa que las tinieblas de cualquier pecado.
¿Cuál es el problema con la pornografía y por qué resulta tan dañina? No tendría espacio aquí para abarcarlo todo, pero veamos algunos aspectos.
Las imágenes de este tipo muestran a otro ser humano que fue creado a imagen de Dios. Verlo como un objeto para producir deseos sexuales es denigrar la creación de Dios, es pecado. Es ver al otro ser humano como un objeto cuya función es provocar ideas fantasiosas de placer.
Hace muchos años escuché que un «pastor» solía aconsejar a los matrimonios que tenían problemas en su intimidad, que vieran películas de corte pornográfico. ¡No podía creer lo que me contaban! Sin dudas, este pastor había creído una mentira… ¡y la estaba compartiendo con otros! Contemplar imágenes de este tipo indefectiblemente tiene la meta de producir dichos deseos, sin embargo, Jesús dijo: «Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5:28). Desde luego, aplica a la inversa también. La lujuria, o deseos no controlados por el Espíritu, no es un problema de unos pocos, este es un pecado que heredamos y que está presente en el corazón de todos.
La lujuria, o deseos no controlados por el Espíritu, no es un problema de unos pocos, este es un pecado que heredamos y que está presente en el corazón de todos.
La pornografía crea un sentido falso de placer, porque Dios creó el sexo para ser disfrutado entre dos, un hombre y una mujer. Cualquier otro tipo de placer sexual al final es engañoso, no satisface realmente y es pecado. Pero, además, en la mujer, lleva a imaginar cierto comportamiento en los hombres que es solo una falacia cinematográfica, y que luego dañará toda relación al crear expectativas irreales y distorsionadas.
La pornografía ha dado alas a una cultura de perversión sexual que persigue arrancar la belleza de lo que Dios creó para el matrimonio y presentarlo simplemente como algo que podemos disfrutar cuándo, cómo y dónde queramos, sin importar nada más.
La pornografía es una adicción que, como toda adicción, poco a poco destruye nuestra mente, nuestras relaciones y acaba por arruinar la vida.
Con la llegada de la internet, los teléfonos inteligentes y las redes sociales, este mal cada vez más asemeja un monstruo voraz, insaciable, que no tiene fronteras de ningún tipo. La pornografía ha preparado el camino para hacer de la pedofilia la próxima batalla de legalización en las cortes o juzgados.
Y tú, mi querida lectora, y yo, no estamos exentas de vernos tentadas a caer en este pecado. Las revistas, los afiches en las tiendas (piensa en cierta Victoria, por ejemplo), las vallas en las carreteras, los comerciales en la televisión, todos nos muestran una cultura sexualizada, todos buscan atraer nuestros ojos para llegar a nuestro corazón. Si no somos cuidadosas, podemos caer en la trampa. Podemos creer la mentira de que «una mirada o una lectura no me va a dañar». Te pregunto, ¿qué lees? Nuestras mentes tienen una capacidad de imaginación maravillosa, tanto para lo bueno como para lo malo. A veces no es necesario ver la imagen porque con la descripción basta.
¿Qué ves en la televisión, el cine, Netflix, etc.? Si una película tiene clasificación R por escenas sexuales, ¿por qué he de verla yo? Leí en una ocasión, no recuerdo la fuente, que olvidar una imagen nos toma al menos 20 años. ¿Te imaginas? Una sola imagen. Piensa ahora cuántas imágenes pueden bombardear nuestra mente a lo largo de un día, una semana, meses, años...
¿Qué hacer entonces si lo que nos rodea es prácticamente una invitación a aceptar la pornografía como una norma? Tenemos que ser proactivas. Te doy algunas ideas.
1. Huye. Huye de lugares y situaciones que puedan provocarte a mirar lo que no debes. «¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa? ¿O puede caminar un hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies?» (Proverbios 6:27-28)
2. No te regodees en pensamientos que puedan llevarte a la lujuria. Reemplaza esos pensamientos con lo que nos enseña Filipenses 4:8: «todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten». Que cada pensamiento esté cautivo a la obediencia a Cristo.
3. Ocupa tu tiempo con actividades que te acerquen más a Cristo y no que te inviten a alejarte de Él: tiempo en oración, lectura de la Biblia, libros edificantes para crecer en el conocimiento del Señor y su Palabra. Mientras más llena estén mi mente y mi vida de Él, menos espacios estarán disponibles para el enemigo, sus planes y mis propios deseos lujuriosos. «¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando Tu palabra [...] En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti.» (Salmos 119:9,11)
4. Usa filtros en tus dispositivos electrónicos que ayuden a mantener a raya sitios e información no deseados y provocativos. «El que confía en su propio corazón es un necio, pero el que anda con sabiduría será librado.» (Proverbios 28:26)
5. Si ya te encuentras batallando con esto, ¡corre a buscar ayuda! Esta batalla no es para llaneros solitarios. Aunque sientas vergüenza, ¡el Señor nos perdona y su aprobación es la que de verdad importa! «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:8-9).
6. Si tienes hijos, conversa con ellos de este tema. No una, ni dos, ni tres, sino muchas veces. Háblales claramente del plan de Dios para la sexualidad y por qué todas estas distorsiones son un producto de la caída, del pecado que mora en todo ser humano y el poder que tienen para destruirnos.
Algunos recursos que podemos recomendar:
Mi oración es que este artículo sea de ayuda, aunque sea como punto de partida. Si sabes de alguien que pudiera necesitar leerlo, ¡por favor, compártelo!
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Bendiciones,
Wendy
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