Hace un tiempo estuve estudiando el libro de Nehemías y hubo algo que cautivó mi atención en el capítulo 1 que me gustaría compartir contigo.
Nehemías, cuyo nombre no pudiera ser más acertado —Jehová tiene compasión—, era un israelita que nació en el exilio. Jerusalén era la tierra de sus antepasados y, aunque no la conoció, la amaba entrañablemente. De modo que cuando recibió noticias de la precaria situación en que se encontraba, se echó a llorar. Y no solo lloró, hizo ayuno y oró a Dios (1:4).
El texto parece indicar que, a pesar de haber crecido en un imperio, bajo otra religión, Nehemías conocía al Dios de Israel. Es muy probable que su familia le hubiera criado en la instrucción de la ley que el Señor había dado al pueblo mediante Moisés tantos años atrás.
Y es justo en esa oración que se encuentra lo que hoy quiero compartirte. Pero, antes de avanzar, recordemos algunas verdades acerca de la oración. Lo primero es que Dios siempre escucha las oraciones de sus hijos. Las Escrituras dicen que nuestras oraciones están guardadas como incienso precioso (Apocalipsis 5:8). Es decir que no existe tal cosa como "Dios no me respondió", solo que su respuesta puede ser sí, no o todavía no. Por otro lado, tenemos la garantía de que el Espíritu Santo "arregla" nuestras oraciones cuando ni siquiera sabemos cómo hacerlas: "De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles" (Romanos 8:26).
Dicho esto, déjame comentarte por qué me conmovió tanto la oración de Nehemías, y por qué creó que tocó el corazón de Dios de una manera tan especial.
Y dije: «Te ruego, oh Señor, Dios del cielo, el grande y temible Dios, que guarda el pacto y la misericordia para con aquellos que lo aman y guardan Sus mandamientos, que estén atentos Tus oídos y abiertos Tus ojos para oír la oración de Tu siervo, que yo hago ahora delante de Ti día y noche por los israelitas Tus siervos, confesando los pecados que los israelitas hemos cometido contra Ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado.
»Hemos procedido perversamente contra Ti y no hemos guardado los mandamientos, ni los estatutos, ni las ordenanzas que mandaste a Tu siervo Moisés. Acuérdate ahora de la palabra que ordenaste a Tu siervo Moisés: “Si ustedes son infieles, Yo los dispersaré entre los pueblos; pero si se vuelven a Mí y guardan Mis mandamientos y los cumplen, aunque sus desterrados estén en los confines de los cielos, de allí los recogeré y los traeré al lugar que he escogido para hacer morar Mi nombre allí”. Ellos son Tus siervos y Tu pueblo, los que Tú redimiste con Tu gran poder y con Tu mano poderosa. Te ruego, oh Señor, que Tu oído esté atento ahora a la oración de Tu siervo y a la oración de Tus siervos que se deleitan en reverenciar Tu nombre. Haz prosperar hoy a Tu siervo, y concédele favor delante de este hombre» (Nehemías 1:5-11).
¿A quién oró Nehemías?
Nehemías comienza su oración con palabras de alabanza, reconociendo la grandeza de Dios, su fidelidad. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, hizo lo mismo. La oración que conocemos como “el Padre nuestro” comienza también con un reconocimiento de quién es Dios, con exaltación a su nombre. Eso nos enfoca en la persona de Dios, de quién se trata. Cuando oramos, no estamos orando a un "diosito", no es un "papito" tampoco. Se trata de nuestro Padre, el Dios del cielo y la tierra.
¿Cómo oró Nehemías?
Su oración es un clamor sincero, desde el fondo del corazón. Otras versiones dicen que es un ruego. La situación de su pueblo le llevó a clamar, a suplicar. Su súplica fue con una actitud humilde, reconociendo que Dios es el Señor y él, su siervo. Nehemías no ora con una actitud de arrogancia o exigencia a Dios, no hay sombra de reclamo en sus palabras. ¡Al contrario! Esta oración es una imploración. No sé cuándo comenzó, pero en los últimos años he visto una corriente entre los creyentes oran como quien pretende darle órdenes a Dios. Aunque seamos sus hijos, a través de Cristo Jesús, Él sigue siendo el Rey Soberano. ¡Es iluso creer que podemos darle órdenes al Dios que solo por Su Palabra creó el universo! Iluso e irreverente.
Cuando Nehemías oró, hubo en sus palabras confesión de pecado (v. 6). Estaba intercediendo a favor de su pueblo y esa intercesión incluía el reconocimiento del pecado de la nación, su desobediencia. Y Nehemías no se excluye, no se coloca por encima de ellos, sino que se incluye. Él oró con un corazón quebrantado.
¿Qué motivó la oración de Nehemías?
El clamor de Nehemías estaba arraigado en lo que Dios había dicho y prometido. En los versículos 8 y 9 le suplica a Dios que recuerde la promesa hecha a Moisés. Nehemías oró confiado en la fidelidad de Dios a sus promesas y a su Palabra. Pero, repito, su actitud es de quebranto ante Dios. Varias veces le dice: “Dios, te suplico, te ruego”. Y es la propia Palabra la que nos enseña que Dios no rechaza al corazón contrito y humillado, pero sí al orgulloso (Salmos 51:17, Isaías 66:2). Su oración parte de la convicción de quién es Dios. Así que presenta la razón de su súplica: necesita la intervención de Dios porque solo Él podía mover el corazón del rey a su favor y que le concediera regresar a Jerusalén (v. 11). Él quería reedificar la ciudad de sus antepasados (Neh 2:5) pero, puesto que era el copero del rey, no sería fácil que se le concediera lo que pedía.
Esta oración fue hecha durante el otoño (mes de Quisleu en el calendario hebreo), y no fue hasta la primavera del año siguiente que Nehemías tuvo oportunidad de presentar la situación ante el rey, no sin antes orar (cap. 2:4). ¡Y Dios le respondió dándole favor! Dicho con otras palabras, Nehemías recibió la respuesta que anhelaba, y mucho más. Lee el capítulo 2 y verás que Dios sobrepasó sus expectativas.
¿Qué nos enseña este pasaje?
Ahora bien, antes de que saquemos conclusiones erróneas, voy a decir por las claras que Dios no siempre responde de la misma manera. A veces lo hará como hizo con Nehemías y otras veces no, ¡pero siempre responde! Su respuesta será, para Su gloria y para el bien de aquellos que le aman y que han sido llamados por Él (Ro 8:28).
Al leer la oración de Nehemías podemos preguntarnos, ¿cuál es la actitud de nuestro corazón al orar? ¿Oramos reconociendo quién es nuestro Dios? ¿Oramos con la certeza de que nos escucha y tiene la mejor respuesta? ¿Oramos con un corazón humilde y rendido?
Cuando la vida nos presenta desafíos, ¿es la oración nuestro plan A o la vemos solo como un bote salvavidas? Nehemías nos presenta un modelo que podemos imitar. Ante lo difícil, ante lo que parece imposible: corramos a Dios en oración, ese ese el lugar más seguro. Hagámoslo convencidas de quién es el Dios a quien oramos. Y ese convencimiento solo viene de conocerlo en Su Palabra porque allí Él se revela.
Por otro lado, quiero animarte a recordar lo que dijimos antes, cuando no sepamos ni siquiera cómo orar, podemos descansar en que el Espíritu Santo intercede por nosotros. Y podemos también aprender a usar las Escrituras como nuestra propia oración.
Este relato bíblico es un recordatorio de que tenemos un gran privilegio: la oración.
Si te sientes atascada cuando se trata de orar, si no sabes cómo hacerlo de acuerdo a lo que enseña la Biblia, si tus oraciones se han vuelto repetitivas, quiero decirte que no eres la única. La disciplina de la oración es un desafío para muchos creyentes. Por eso también escribí Más allá de mi lista de oración, porque yo he estado allí y porque sé que puede ser diferente. Te invito a hacer clic aquí para conocer más sobre el libro, descargar una muestra gratuita y cómo obtener tu propia.
Oro que esta lectura haya sido de bendición para tu vida. ¡Gracias por leer y compartir!
Wendy