Hace un tiempo estaba buscando una foto de mi mamá conmigo en mi niñez para una publicación. Cuando escogí la que quería, me puse a observarla detenidamente y un río de recuerdos empezó a fluir por mi memoria.
Una de las primera cosas que viene a mi mente al pensar en mi mamá es “sacrificio”. ¡Cuántos sacrificios ha hecho mi mamá por mí! Todavía recuerdo cuando, cansada del trabajo, salía por la noche a estudiar para poder terminar la universidad. El matrimonio se había terminado, por razones ajenas a su voluntad, y aquel esfuerzo implicaba un futuro mejor para las dos. Llegaban las vacaciones de verano y en mi país natal, Cuba, las condiciones eran muy difíciles. Sin embargo, mi mamá aunque casi tenía que meter toda la casa en las maletas para irnos a la playa, lo hacía con mucho gusto, y sacrificio, porque lo hacía por mí.
Recuerdo cuando yo era adolescente y en el "Día del amor y la amistad" mi mamá me hacía tarjetas preciosas, a mano, para recordarme cuánto me quería y qué importante era yo para su vida. El día de mi boda planchó mi vestido, me peinó, acomodó a no sé cuántos invitados que venían de lejos, eran años bien difíciles en nuestro país y llamarlo escasez sería una gran eufemismo. Pero ella disfrutaba cada segundo de todo...aunque yo sé que con un tremendo nudo en la garganta porque eso les pasa a todas las mamás cuando los hijos se casan y se dan cuenta de que ya vuelan solos.
Mi mamá hizo “de tripas corazón”, como dicen por ahí, el día en que nos abrazamos en un aeropuerto, envueltas en un mar de lágrimas, sin saber cuándo nos volveríamos a ver porque mi esposo y yo nos íbamos del país en busca de nuevos y mejores horizontes. El dolor apenas la dejaba hablar pero el egoísmo no tuvo espacio y todo el tiempo me animó y abrazó, y me aseguró que Dios tenía el control de las cosas y todo estaría bien.
Mi mamá me ha dejado un legado que no cabe en esta publicación. Claro que no es perfecta, nadie lo es. Ella también se ha equivocado, arrepentido, ha tomado decisiones que tal vez hoy no le causan alegría, pero es mi mamá. Un vaso frágil en las manos de un Dios poderoso que la ha sostenido en Su gracia abundante, especialmente en los días más oscuros. En algún momento de la eternidad Él decidió que la usaría para ser la mamá de una niña que hoy es mamá. Y con estas pocas palabras, quiero simplemente darle las gracias y dejar plasmado lo mucho que ella significa para mí. ¡Y para nuestra familia! Ella es ahora una abuela amorosa, una bendición que el Señor nos ha dado.
No es hasta que uno crece, y sobre todo hasta que somos mamás, que valoramos realmente a esa otra mujer en nuestra vida que soportó desvelos, que tal vez dejó de comer o nos dio lo mejor de su comida, que secó nuestras lágrimas, que nos dio consejos aunque en ese momento no los valorábamos, que con paciencia nos vio crecer y aun cuando pasan los años, no deja de vernos como alguien por quien darían todo. Y ahora pienso en mis propios hijos, en el legado que yo estoy dejando, algo que se quedará con ellos incluso cuando ya yo no esté.
Quiero dejar a mis hijos el legado de haber convivido en una familia que, aunque muy imperfecta porque estar compuesta de pecadores redimidos, se aferraba al Perfecto. Una familia donde el amor cubrió multitud de pecados y abundó en gracia. Quiero que recuerden a una mamá que, cuando se equivocaba, lo reconocía y cuando era necesario, les pedía perdón.
Quiero que recuerden a una mamá que amaba a su papá y disfrutaba su rol de esposa. Anhelo que atesoren momentos de risa y abrazos, que recuerden las ocasiones en que coloreamos juntos, cocinamos juntos, hicimos castillos de arena, visitamos museos, armamos rompecabezas y paseamos juntos en bicicleta.
Le pido a Dios que puedan recordar una mamá que les abrazó cuando estuvieron tristes, cuando sintieron temor, alguien que secó sus lágrimas y escuchó sus historias. Una mamá que oró con ellos en cualquier situación. Oro que, al mirar hacia atrás, el hogar de su niñez sea una dulce memoria que les haga sonreír.
Pero más que nada, le pido al Señor que puedan recordar a una mamá que amó a Cristo por sobre todas las cosas, que atesoró Su Palabra como la mejor posesión y que apuntaba su mirada siempre a Él. Oro que lo que me han visto enseñar y escribir sea también lo que me vean vivir.
Por Su gracia,
Wendy
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